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México, 18 de diciembre de 1790

Ayer fue uno de esos días en los que esta tierra nos recuerda de tan vasta historia que desconocemos. Encontramos una segunda piedra, aún más voluminosa y exuberante que la que levantaron los jóvenes peones hace ya cuatro meses, una especie de rueda saturada de símbolos y grabados extraños, y de una antigüedad que indudablemente sobrepasa a nuestra querida nación cristiana aquí mandada por Dios erigir. No está a mi alcance el significado de su contenido, pero, cada vez que advierto esas gigantescas creaciones, no puedo evitar preguntarme qué clase de conocimiento de idólatras de falsos dioses pueden guardar.


Pedro López Rivas



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