El pasado 9 de diciembre se celebró en Zacatecas el simposio Conocer, representar, imaginar el medio: apuntes multidisciplinarios como parte de las XVII Jornadas Internacionales de Historia de las Monarquías Ibéricas. Este encuentro anual organizado por la Red Columnaria se decantó este año por atender a los avances y demandas de la Historia Ambiental.
El nodo Repensar los márgenes fue invitado a participar, proponiendo una mesa bajo la coordinación de Ana Díaz, en la que se tuvo en cuenta una perspectiva espacial y cronológica amplia, además de enfoques multidisciplinares. De este modo, los trabajos presentados trataron sobre espacios específicos que recorrieron el continente de sur a norte, de Chile a las Californias, en una horquilla de tiempo que abarcó toda la Modernidad, desde el siglo XVI hasta hoy. El objetivo era forzar la apertura del horizonte interpretativo en torno a la manera en el que ha sido y es pensado el continente americano como parte de un mapamundi trazado a partir del pensamiento europeo.
El simposio contó con la participación de investigadoras/es procedentes de España, Chile, Argentina y México, especialistas en estudios del pasado desde los enfoques de la Historia, la Literatura y la Filosofía.
Vanina Teglia analizó la imagen de América esbozada por Fernández de Oviedo en su Historia natural y general de las Indias, publicada por primera vez en 1535. En ella el cronista realiza un inventario sistemático y detallado de la naturaleza americana, resaltando lo útil por sobre lo bello. Teglia destaca las referencias clásicas de Oviedo, como Plinio el Viejo, que, sin embargo, no empeñan su capacidad para exponer al lector la novedad americana: plantas como la piña o el tabaco, animales como el armadillo, la orografía demarcada por los volcanes o implementos indígenas como las hamacas. Con ello, Ovidio representa a la naturaleza americana como complemento de la europea, suple sus carencias y, de este modo, se configura una especie de ecosistema imperial. A través del conocimiento del medio ultramarino los reyes españoles reciben una nueva revelación de la Providencia, que refuerza su proyecto de Monarquía Universal. Sin embargo, este conocimiento forma parte del compendio de saberes de los indios, por tanto, la naturaleza americana es también un arma de resistencia indígena.
Rafael Gaune vinculó la obras de Giovanni Botero y Diego de Rosales a través de sus referencias a Chile. Ambos autores ofrecen coordenadas a sus potenciales lectores europeos para aprehender el territorio americano más allá de las tradicionales representaciones épicas. Para ello se centran en las cualidades y calidades de la naturaleza y los habitantes chilenos. Para Botero Chile no es una geografía lejana o metafórica. No la destaca otorgándole un lugar determinante, sino presentándola como un elemento articulador, necesario, del orbe católico. Reconoce el efecto de la guerra indígena, pero rechaza la idea difundida por Ercilla de un territorio indómito, marcado por Marte. Tampoco recurre a la metáfora: el Flandes indiano, reconociendo una historia propia, que tiene como punto de inicio la gesta de Magallanes y otros hitos, como la dificultad para acceder a un territorio demarcado por el océano, la cordillera, el desierto y el gélido estrecho. Botero inscribe a Chile dentro de un orden: el Catolicismo y la Monarquía Hispánica. Por su parte, Rosales utiliza la idea del Flandes indiano como un filtro para descifrar una realidad que asume geográficamente lejana. Escribe una historia de Chile como anticuario, para explicar al otro a través de la comparación de las costumbres indígenas como las formas de vida de la Antigüedad (hebreos, romanos).
Diana Roselly Pérez expuso de forma comparada las imágenes de la naturaleza y los habitantes de dos fronteras dispares de la América española: el Chaco austral y las Californias, representadas por los jesuitas austriacos Florian Paucke e Ignacio Tirsch. Ya desde el exilio ambos autores recrearon sus experiencias misionales con los mocovíes y los pericúes, además de representar los paisajes de las misiones de San Javier en el Chaco y de Santiago y San José del Cabo en la Baja California. El análisis conjunto de ambas obras permite conocer los intereses y postulados compartidos entre las misiones jesuitas situadas en diferentes latitudes americanas. Indisociables a todas ellas era la correlación entre la idea de civilizar con la de cultivar. Esto conllevó el traslado de especies, pero también una resignificación de la naturaleza. Los jesuitas negociaron con los indígenas estos cambios ambientales, permitiendo el uso de determinadas plantas asociadas a usos tradicionales. En el caso de Paucke y Tirsch el estudio de la flora y la fauna autóctonas no fue sistemática, encontrando en sus obras confusiones con plantas europeas e imaginativas representaciones de animales. En ambos casos una pregunta aparece como transforndo: “¿Los indios son pues hombres como nosotros?”. La respuesta es afirmativa y queda de manifiesto en la incidencia en la representación de los indígenas ya convertidos.
Daneo Flores expuso conceptos, categorías y nociones como medio, ambiente, entorno, naturaleza, paisaje o clima, entre otros, que han sido utilizadas por la historia ambiental, así como por otras disciplinas o áreas de conocimiento. Desde hace décadas, diferentes disciplinas y quehaceres –incluyendo militares y mediáticos- han indagado en los alcances de las ‘atmósferas’, los ‘gases’, los ‘olores’, ‘polvos’, ‘humores’ y ‘humos’. Desde el siglo XIX, pero especialmente durante el XX un elemento impensado hizo aparición en el campo reflexivo de diferentes disciplinas: el aire. Esta breve presentación se propone como un catastro de las fricciones fronterizas que se movilizan por el uso (¿y abuso?) de este amplio espectro de prácticas semánticas que actualizan las tradicionales ‘escenografías de antítesis’ (entre alma y cuerpo, mente y cerebro, ideal y realización, por ejemplo) y por tanto todas las derivaciones de las investigaciones (investigare, in-vestigium, la obsesión por la indagación de huellas y vestigios, los in-corporales, in-visibles e in-tangibles de la cultura) que activan, para el marco historiográfico, la tensión entre historia material e intelectual. Guiados por la máxima de que la posteridad es la preteridad por otros medios, cabe preguntarse qué lleva a (y qué llevan con ellas y ellos, qué escafandra y casco historiográfico y conceptual) los habitantes ‘históricos’ de las últimas modernidades (historiadoras, historiadores, historiógrafos) a viajar al planeta de las modernidades primeras con las preguntas del tiempo en el que respiran. En otros años, se hablaría de espíritu de época. Alguien preferiría llamarlo una pequeña crítica de la razón elemental.
Conclusiones generales
Los trabajos expuestos durante las jornadas -con temáticas tan variadas como el extractivismo, los desastres naturales o los imaginarios ambientales- evidencian la posibilidad de dirigir los estudios sobre la primera modernidad hacia las preguntas que hoy nos hacemos a partir de la emergencia climática sobre los cambios en el medio ambiente que ha producido la acción del hombre. No obstante, la Historia Ambiental abordada desde la Edad Moderna requiere de una definición en cuanto a objetivos, marco teórico y objetos de estudio.
El análisis de los cambios paisajísticos y ambientales debe vincularse al análisis de procesos económicos, políticos, sociales y culturales, que en América encuentran un espacio privilegiado a partir del impacto de la expansión europea.
El estudio de los imaginarios americanos permite analizar las nociones de naturaleza, medio ambiente, clima y paisaje durante la Edad Moderna, su desarrollo a partir del descubrimiento de nuevos territorios y el contraste con las ideas de otras culturas.
En todo caso, la constatación de cambios ambientales y climáticos en épocas pretéritas no debe servir para minimizar la importancia de un fenómeno que en términos históricos ha sido reconocido por los expertos como nuevo y preocupante.
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