No cabe duda de la presencia africana y afrodescendiente en Charcas, antepasado colonial de Bolivia, desde el siglo XVI [1]. Sin embargo, la memoria de su experiencia y legado cultural se encuentra sumergida en un olvido no poco irresponsable. Salvo contadas excepciones, la historiografía no le ha dedicado mucha tinta y, cuando lo ha hecho, ha reducido el lente de análisis al fenómeno de la institución esclavista.
Al dar cuenta de la diversidad de población residente en esta jurisdicción entre los siglos XVI y XVIII, cronistas e informantes refieren a los cautivos africanos y a sus descendientes nacidos en América, dentro de una serie de categorías de adscripción que buscaban dar cuenta de su condición y calidad personal como sujetos coloniales [2]. Los muestran en interacción con españoles e indígenas a pesar a pesar del prejuicio y de las prohibiciones [3]. Los registros parroquiales de bautizos, matrimonios y padrinazgo hacen eco de esta dinámica que fue dando cuerpo a la sociedad colonial charqueña. Del mismo modo, miles de escrituras notariales revelan su participación en toda suerte de tratos y contratos. Cumplieron tareas en instituciones seculares y eclesiásticas, en talleres y hogares de las urbes, chacras y pueblos de indios. Cuando la situación se tornó muy violenta en las relaciones cotidianas, los expedientes judiciales dejan ver la habilidad con que esclavizados, libertos y libres defendieron sus derechos postergados, así como los de parientes y amigos. No faltan los que habiendo alcanzado estabilidad económica, contaron con servidumbre, en ocasiones esclava, en sus hogares y talleres.
En tiempos de alzamiento socio-político, los afrodescendientes tomaron la causa con la que más se identificaron, por convicción, lealtad u obligación. Es importante señalar que la independencia política de la jurisdicción alcanzada en 1825 no significó el fin de la esclavitud legal, y que Bolivia fue uno de los últimos países en abolirla en 1851. A partir de entonces, lejos ganar la libertad individual plena, los libertos estuvieron bajo diferentes regímenes de trabajo no-libre para pagar su precio a sus ex amos [4]. Su ciudadanía fue innegablemente postergada. En paralelo, se escribía la historia nacional. Las publicaciones conmemorativas del centenario de la república privilegiaron la representación de una sociedad europeizada, diferenciada del mundo indígena, estereotipado y señalado como anacronismo por educar [5]. Prácticamente nada se menciona del legado africano y de su descendencia.
Un fenómeno poco estudiado es el blanqueamiento de que fueron objeto algunos próceres, y así permanecen en las láminas escolares hasta el día de hoy. Un ejemplo es el de Bernardo Monteagudo, residente desde niño en la ciudad de La Plata, de cuya universidad egresó como abogado en 1808. Se trata de uno de los más prominentes defensores de la causa emancipadora que estallaría en 1809 y era afrodescendiente, posiblemente zambo según parámetros de la época[6]. No obstante, por alguna razón, en Bolivia Monteagudo ha sido pintado sistemáticamente con tez clara [7]. No se ha procedido del mismo modo con figuras de la misma época más vinculadas con el “bajo pueblo”, como las de Francisco Ríos, alias el Quitacapas, descrito como mulato, ladrón y tumultador de la plebe [8]. El simulacro cívico de próceres y estadistas “blancos”, refleja algo más que la negación y discriminación de un tono de piel. Revela el deseo de las élites dirigentes de calzar con un sistema de pensamiento vinculado a cierta idea de modernidad liberal europea. La diversidad cultural no fue asumida ni puesta en valor en la historia escrita sino como rasgo exótico, porque no resultaba prioritaria para el proyecto de país que iba siendo encaminado.
Diversas representaciones de Bernardo de Monteagudo. La primera de ellas sería la más cercana a su apariencia física real, en un retrato del pintor Noroña fechado en 1876.
Las luchas y reivindicaciones laborales del siglo XX llevadas adelante en nombre de un amplio colectivo indígena, usaron discursos sobre el pasado con el que no se identificaba necesariamente la población afroboliviana, aunque en ocasiones estuvieran bajo el mismo tipo de trabajo coercitivo. El gobierno del MAS (desde el año 2006 en adelante) detonó la actividad de etnogenésis cultural en distintas partes del país. El Estado Plurinacional se entrampó en la gestión práctica de conceptos como originario, etnia y ancestral, frente al pedido de reconocimiento del pueblo afroboliviano, en pos de garantizar su acceso a la propiedad de la tierra y a recursos básicos en sus comunidades de origen. A contracorriente de la lucha politizada y de la folclorización, el trabajo del historiador Juan Angola Maconde ha venido boicoteando al olvido para dar perspectiva histórica a su comunidad, Dorado Chico, en los Yungas de La Paz y a la experiencia histórica afroboliviana en un sentido más amplio.
En septiembre del año 2020 recibí una llamada para participar de una charla en conmemoración del 23 de septiembre, reconocido desde el año 2011 como día nacional del pueblo afroboliviano. “No es necesario ser de piel morena”, mencionó quien me hablaba, añadiendo que él mismo no “parecía afro” pero que estaba vinculado, identificado y que algo lo movía a informarse más sobre esa parte de la historia común. Sus palabras me causaron mucho sentido y, por alguna razón me vino a la mente lo ocurrido con George Floyd, tragedia que para algunos en Bolivia era reflejo de un problema ajeno, de los “negros” de Estados Unidos. Esto, mientras la represión militar de los gobiernos recientes se venía cobrado la vida de manifestantes de diversos orígenes que se oponían a los proyectos políticos hegemónicos de los gobiernos en el poder. Ahora bien, en esta noción de diversidad, ¿dónde termina lo propio y dónde empieza lo que es de otros? Asumir la tarea del rescate de la memoria de la experiencia afrodescendiente no solo conducirá a una aprehensión más rica del bagaje cultural boliviano. Su análisis crítico es clave para hacer visibles y derribar viejos prejuicios, así como prácticas de trato inhumano que no se debe intentar justificar bajo ningún pretexto, sin importar quién tenga el control.
Leer para conocer más
Ares Queija, Berta y Alessandro Stella. Negros, mulatos y zambaigos derroteros africanos en los mundos ibéricos. Sevilla: CSIC / Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 2000.
Barnadas, Josep M. Charcas, orígenes de una sociedad colonial 1535-1565. La Paz: CIPCA, 1973.
Bolivia en el primer centenario de su independencia 1825-1925. Presentación J. Ricardo Alarcón A. Nueva York: The University Society, 1925.
Ghidoli, María Lourdes. “Se busca un rostro para Monteagudo. La imposibilidad de un prócer no blanco”. En: Guzmán, Florencia, Lea Geler y Alejandro Frijerio. Cartografías afrolatinoamericanas 2. Perspectivas situadas desde la Argentina. Buenos Airs: Biblos, 2016, pp. 77-97.
Hering Torres, Max. “Color, pureza, raza: La calidad de los sujetos coloniales”. En Heraclio Bonilla, ed.: La cuestión colonial. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011, pp. 451-470.
Causa criminal contra Francisco Ríos Alias del Quitacapas. Años 1809-1811. Colección Documentos para la historia de la independencia de Bolivia. Prólogo de Gunnar Mendoza. Sucre: USFXCH, 1963.
Paredes Candia, Antonio. El Zambo Salvito, vida y muerte. La Paz: Alcaldía municipal, 1992.
Revilla, Paola. “¡Morir antes que esclavos vivir!: República libertaria y esclavitud en Bolivia decimonónica”. En: Robins, Nicholas y Rosario Barahona (eds.). Mitos Expuestos: falsas leyendas de Bolivia. Cochabamba: Kipus, 2014, pp. 219-245.
Notas:
* Este texto fue publicado con ligeras modificaciones en Revista Cultural Piedra de Agua. Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, Nº 25, mayo-agosto 2021, pp. 58-61. Agradecemos la disposición de los editores a incorporarlo a El Blog de Repensar los márgenes.
[1] Barnadas, 1973.
[2] Hering Torres, 2011.
[3] La administración colonial intentó, sin mucho éxito, la separación de indígenas y africanos. Solo los zambos fueron autorizados por el virrey Francisco de Toledo en 1578 a residir en pueblos de indios para que fuesen criados por sus madres (Ares y Stella 2000: 86)
[4] Revilla, 2014.
[5] Bolivia […], 1925.
[6] Un óleo del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú en Lima, inspirado en otro de V. S. Noroña de 1874, a su vez copia del retrato pintado cuando Monteagudo estaba en Panamá, lo muestra con tez morena. Su padre, Miguel era español, dueño de una pulpería en La Plata, y su madre, doméstica afrodescendiente. Desafortunadamente, aún no se ha encontrado su certificado de bautismo.
[7] Sucede lo mismo con su representación en Argentina según ha observado María Lourdes Ghidoli (2016).
[8] Causa criminal […], 1963.
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